ANÉCDOTA
Nos despedimos del veterinario tras haberle puesto la vacuna, ella estaba bastante fastidiada y noté en sus expresiones bastante serenidad. Me preocupé. Ella no solía ser así, Pu no es de los hámsters que comen y comen, que duermen y duermen, y que juegan en su ruedita de vez en cuando. ¡No!, ella es todo lo contrario y he ahí mi inquietud. Llegamos a casa y la dejé en mi sala donde siempre suelo colocarla, pero me quedé allí con ella para tratar de averiguar lo que ocurría. Nada. Lo único que conseguí fue verla comer media semilla de girasol y acto seguido ir a dormir.
Luego se despertó, comenzó a hacer sonidos extraños, la noté "mareada", y en un momento ocurrió algo que nunca pensé que vería: se tropezó dentro de su jaulita y muy incómoda empezó a estremecerse en el suelo sin poder levantarse.
Me inquieté aun más, y sin pensarlo dos veces la ayudé a levantar. No sabía qué hacer. Le di trocitos de queso para animarla, pero seguía desganada y yo trataba de no pensar lo peor.
Las cosas marcharon así, hasta que a la mañana siguiente volví a llevarla al veterinario y muy inquietada le pregunté a qué se debían las reacciones que había tenido. Me dijo que podía ser algún virus ya que estábamos en pleno invierno. Me tranquilicé porque me dijo además que podía curarla y que no era grave. Pero los nervios volvieron a mí cuando me dijo que debía aplicarle otra inyección. ¿Otra? Yo no quería que Pu volviera a recibir otro pinchazo. La ví sufrir el día anterior cuando la jeringa se acercaba a ella.
El veterinario la tomó entre sus manos con dificultad y le aplicó la temida inyección. Oí a Pu “llorar” y ello hizo que una lágrima resbalara por mi rostro, solo quería que ese momento terminara.
La llevé a casa y conforme pasaron los días, fue mejorando. Me sentí más aliviada, pero jamás olvidaré ese momento de angustia.
Creo que esta anécdota me sirvió para acercarme más a ella, estar siempre a su lado sin importar las circunstancias.
Experiencia de: Connie C.